Si eres artista, debes saber que eres un canal

Si te consideras una persona creativa, enhorabuena, estás más en contacto con los sentimientos y las emociones.

Eso está genial, aprecias muchos matices que otras personas no tienen; peeeeero tiene una contrapartida: Los sentimientos y emociones no son estables.

Por lo tanto, si dependes mucho de esto, es normal que no tengas una sensación de estabilidad emocional.

También por eso, para compensar, es cuando aparece tu ser racional y autosaboteador.

Esa racionalidad es un esfuerzo de tu mente por tratar de controlar esos altibajos, darles una explicación, y es la responsable de que te sientas constantemente culpable.

Esto que te pasa es perfectamente normal.

Si haces cosas creativas, trabajas con la emoción y eso no tiene una estabilidad. Tampoco siempre son fáciles de comprender. Piénsalo más como que eres un canal.

No hay que intentar razonar o clasificar una emoción o sentimiento. Muchas veces simplemente hay que dejarlo expresar y crear con eso.

Si has creado algo raro, que no sabes explicar, ¡está bien! Vívelo, saboréalo y enorgullécete porque es posible que sea una verdad que te has permitido explorar, que poca gente es consciente y que también necesitan conocer. Bajo tu punto de vista, claro.

Hay que creer en la poesía

Algo que se suele decir en cursos o escuelas de cine, en relación al guion, es que un capítulo o una película en que sólo hay conversaciones, no funciona. La gente desconecta y nadie mantiene la atención.

(Este punto de vista, además, está muy influenciado por el supuesto retorno económico en lo audiovisual, claro).

En mi caso lo di por bueno pensando que esto es así y punto; hasta que vi un capítulo que me viene recurrentemente a la cabeza: El primer especial de Navidad de la serie EUPHORIA.

Quizás deberías ver toda la primera temporada para que te impacte; pero decirte que se trata de una conversación.

Todo el episodio es sólo una conversación de la protagonista, Rue, una drogadicta que trata de salir del pozo, y Ali, un ex adicto que trata de ayudarla.

Ali trata de persuadirla a través de la palabra sin mucho éxito. La conversación no va por muy buen puerto hasta que parece que le cambia de tema y le suelta:

– You’ve got to believe in the poetry. Because everything else in your life will fail you. Including yourself.[…] The value of two people sitting in a diner on Christmas Eve, talking about life, addiction, loss. You don’t want to be a part of it, Rue, because … you care about the big things in life.

La conversación sigue, hablando de la necesidad de creer en algo más, de hacerlo para que tu familia esté orgullosa de que lo intentas… luchas por las grandes cosas de la vida. Muy inspiradora.

¿Cómo lo traduzco yo? Tenemos que creer en la belleza. En la perfección. En que se pueden hacer las cosas bien más allá de nuestra historia o nuestras circunstancias.

Que nos pueden fallar, que podemos fallar; pero vale la pena luchar para conseguir algo mejor, para nosotros, para los nuestros, para los demás más allá de nuestro foco.

Hay que creer en la poesía.

Como artista, tu obligación es ser optimista

Hay muchas situaciones y muchos casos que, obviamente, hay que tratarlo con un especialista; pero como motor de vida, hay que ser optimista.

No tienes otra alternativa.

Creer que algo puede ir a mejor, si lo intentas, te lleva a mejorar.

“No veo cómo sacar este proyecto adelante”. Sigue, algo bueno sacarás.

“Llevo mucho tiempo con esto”. Es difícil, pero te puede llevar a otra oportunidad que no esperas.

“No sé por dónde tirar”. Prueba, juega, háblalo con alguien, cualquier camino puede ser bueno.

Hay que tener esperanza. Creer en algo es un motor de cambio.

Hacer las cosas pensando que te llevan a algún lado te da certeza, te da nuevos puntos de vista, oportunidades, ganas de luchar por algo mejor.

Si vas haciendo cosas, alguna de ellas puede cambiarte la vida de arriba abajo en un solo día.

Tu obligación es seguir adelante. Tu obligación es ser optimista.

Priorizar para autorealizarse como artista

De vez en cuando, en cualquier artículo o conversación vuelve a aparecer aquello de la pirámide de necesidades de Maslow.

Si no lo conoces, has oído a hablar de ello seguro. Dice que los seres humanos se mueven por una prioridad de necesidades, para poder cumplir unos objetivos vitales es necesario tener cubiertas necesidades básicas primero y luego las del siguiente nivel, el siguiente, y el siguiente, hasta alcanzar la autorrealización.

Yo siempre he sido critico con esa pirámide; pero si que es cierto que para “triunfar™” o conseguir el objetivo profesional que deseas, vas a tener que tener más o menos controladas las necesidades o preocupaciones más básicas.

No digo de tenerlo todo bajo control; pero algo.

Porque si quieres hacer algo creativamente potente, vas a necesitar poder dedicarle el 100% de tu mente y alma a ello.

Y créeme que puede llegar a ser muy difícil conseguirlo si parte de tu cabeza esta pensando más en qué hacer con aquella obligación, curro o cosa aleatoria que te atormenta.

Puede ser comer, dormir, tener un techo o incluso cualquier chorrada que hace que no te centres. Ahí debes conocerte bien; pero es importante estar alerta o ser consciente de qué es lo que hace que no priorices aquellas necesidades vitales que realmente te llevan a sentir una autorrealización.

Si eres artista no puedes ser funcionario de tu pasión

Déjame contarte una pequeña historia.

Mateo es un niño de unos 10 años.  Más allá de la fascinación por las pantallas que tienen todos los niños (y no tan niños), él se quedó alucinado al ver un vídeo en YouTube de un guitarrista.

Era tal la obsesión de Mateo por cómo tocaba la guitarra ese artista (normal, era Prince) que se ponía el video en bucle una y otra vez. Uuuuna y otra vez.

Claro, como padre o madre tienes dos opciones: o bien le quitas la obsesión de golpe o, si eres como sus padres, pues ves que ahí hay algo interesante y tratas de potenciárselo.

“Bien!”—pensarás; pero la cosa no acaba aquí.

Sus padres, deseosos como muchos de ver capacidades y talentos, deciden ir a tope y le compran una guitarra y lo apuntan al conservatorio.

Al cabo de medio año, los padres hablan entre ellos y lo desapuntan. 

¿Qué pasó?

La madre prestó atención a cómo ensayaba:  Ponía la cuenta atrás con 20 minutos al día, que es lo que siempre se recomienda para practicar y al cabo de 19:59, guardaba la guitarra en su funda y hasta el siguiente día.

Solo era una tarea rudimentaria, no había juego, no había alegría, era como ver a un funcionario fichar e irse a tomar el café. Puro procedimiento.

Fijémonos si nos pasa algo así. ¿Cumplimos o hacemos lo que hacemos porque lo disfrutamos? Hazlo o no lo hagas, pero no es solo en cumplir.

La nostalgia no es amar el pasado, es no comprender el presente

“La nostalgia no es amar el pasado, es no comprender el presente”.

Repasando unas de las miles de anotaciones que tengo por todos lados, me encontré con esta frase que no recuerdo ni de dónde la saqué.

Me pareció muy acertada. La riña de todos es constantemente luchar para vivir. Y para hacerlo, sólo puede ser en el presente.

El mindfulness y otras disciplinas similares han tenido su éxito precisamente porque es algo que sentimos todos: ¿Estamos pendiente de lo que pasó o estamos pensando en las consecuencias de lo que pasará? Y ahí, en esa tensión, es cuando nos bloqueamos.

“Pude haber hecho…”

“Si yo fuera…”

“Si hago esto conseguiré…”

Cosas que ya no están aquí y cosas que quizás podrían pasar (o no).

No hay mayor obstáculo que hacer cosas pensando demasiado en el pasado o el futuro. ¿Hay que aprender del pasado? Por su puesto. ¿Hay que planificar cosas para el futuro? Evidentemente. Pero nunca en exceso y menos si nos bloquean.

A la mente le gusta lo que yo llamo “pipas”, cosas con las que entretenernos para no hacer lo que toca. A la mente le gusta mucho resolver problemas, averiguar qué pudo ser o averiguar qué pasará. Las dos opciones hacen que te quedes en tu casa comiendo pipas o viendo series para posponer esa vida que deseamos.

El deseo de agradar a los demás de los artistas

Uno de los muchos autosabotajes que nos impiden avanzar (o al menos no de la forma que nos gustaría) es el deseo de agradar a los demás.

Tal como dice Bernard Hiller en su libro ‘Deja de actuar. Empieza a vivir’ ese deseo se puede encontrar de dos formas diferentes.

Un buena y otra mala.

La buena: querer gustar a los demás. Esta no tiene por qué ser mala y menos si te dedicas a algo creativo o algo para los demás. Evidentemente, si trabajas para el público y gusta lo que haces, pues genial. Buen feedback, más trabajo, todos contentos.

La mala: querer complacer a los demás. Puede convertirse en uno de los principales pozos en los que alguien puede caer. Esta variedad es perversa porque significa en un extremo que estás cediendo cosas que no quieres hacer o que no encajan con tu forma de verlo; pero te “vendes”. Te vendes para complacer a la gente.

¿Por qué complacer? Para no enfrentarte, para evitar el sufrimiento, por miedo a que no te vuelvan a llamar…

La solución no es sencilla; pero pasa por tener más confianza en uno mismo, tener las cosas claras, objetivos claros y marcar límites. Y en situaciones en los que el deseo de complacer aparece, esos límites te dirán si es por que quieres o porque temes.

A veces no es tan sencillo diferenciarlo y es algo que debemos prestar atención, qué tipo de agrado es el que está liderando nuestras acciones. La primera o la mala.