Uno de los muchos autosabotajes que nos impiden avanzar (o al menos no de la forma que nos gustaría) es el deseo de agradar a los demás.
Tal como dice Bernard Hiller en su libro ‘Deja de actuar. Empieza a vivir’ ese deseo se puede encontrar de dos formas diferentes.
Un buena y otra mala.
La buena: querer gustar a los demás. Esta no tiene por qué ser mala y menos si te dedicas a algo creativo o algo para los demás. Evidentemente, si trabajas para el público y gusta lo que haces, pues genial. Buen feedback, más trabajo, todos contentos.
La mala: querer complacer a los demás. Puede convertirse en uno de los principales pozos en los que alguien puede caer. Esta variedad es perversa porque significa en un extremo que estás cediendo cosas que no quieres hacer o que no encajan con tu forma de verlo; pero te “vendes”. Te vendes para complacer a la gente.
¿Por qué complacer? Para no enfrentarte, para evitar el sufrimiento, por miedo a que no te vuelvan a llamar…
La solución no es sencilla; pero pasa por tener más confianza en uno mismo, tener las cosas claras, objetivos claros y marcar límites. Y en situaciones en los que el deseo de complacer aparece, esos límites te dirán si es por que quieres o porque temes.
A veces no es tan sencillo diferenciarlo y es algo que debemos prestar atención, qué tipo de agrado es el que está liderando nuestras acciones. La primera o la mala.