Si eres artista no puedes ser funcionario de tu pasión

Déjame contarte una pequeña historia.

Mateo es un niño de unos 10 años.  Más allá de la fascinación por las pantallas que tienen todos los niños (y no tan niños), él se quedó alucinado al ver un vídeo en YouTube de un guitarrista.

Era tal la obsesión de Mateo por cómo tocaba la guitarra ese artista (normal, era Prince) que se ponía el video en bucle una y otra vez. Uuuuna y otra vez.

Claro, como padre o madre tienes dos opciones: o bien le quitas la obsesión de golpe o, si eres como sus padres, pues ves que ahí hay algo interesante y tratas de potenciárselo.

“Bien!”—pensarás; pero la cosa no acaba aquí.

Sus padres, deseosos como muchos de ver capacidades y talentos, deciden ir a tope y le compran una guitarra y lo apuntan al conservatorio.

Al cabo de medio año, los padres hablan entre ellos y lo desapuntan. 

¿Qué pasó?

La madre prestó atención a cómo ensayaba:  Ponía la cuenta atrás con 20 minutos al día, que es lo que siempre se recomienda para practicar y al cabo de 19:59, guardaba la guitarra en su funda y hasta el siguiente día.

Solo era una tarea rudimentaria, no había juego, no había alegría, era como ver a un funcionario fichar e irse a tomar el café. Puro procedimiento.

Fijémonos si nos pasa algo así. ¿Cumplimos o hacemos lo que hacemos porque lo disfrutamos? Hazlo o no lo hagas, pero no es solo en cumplir.

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